Mons. Gerardo de Jesús Rojas López
Continuamos con el evangelio de San Marcos.
Ya habíamos manifestado en otras ocasiones que cada evangelista tiene su propia percepción, su punto de vista sobre la vida de Jesús, de Cristo el Señor, y lo va plasmando de acuerdo a la realidad, a la comunidad y a las personas a quien dirige.
Así dice que san Mateo insiste más en lo que Cristo dijo. Por eso, tiene cinco grandes sermones, la gente acudía a oírlo.
San Marcos insiste más en lo que Cristo hizo, tiene más milagros, con muchos detalles.
San Lucas insiste en la humanidad de Jesús, sin dejar de ser Dios, por eso tiene bellas parábolas de la misericordia y compasión, por ejemplo, la del hijo pródigo, la oveja perdida, el buen samaritano, en fin.
Y San Juan nos habla más de la intimidad del Corazón de Cristo Jesús.
Continuamos con este Evangelio de San Marcos, también con un milagro. ¿Lo realiza dónde? Fuera del territorio de Palestina, fuera de lo que hoy llamamos Tierra Santa, de la tierra de Jesús.
Son probablemente paganos. Le llevan a un sordo y tartamudo, se lo llevan, me imagino que es una comunidad fraterna. Primero sus amigos sus paisanos lo animan y ellos lo acercan a Cristo Jesús.
Y por otro lado, él es dócil, porque pudiéramos pensar un ciego es difícil que se acerque, pero uno que ve sin embargo, yo pienso que ahí hay algo de compasión y también de docilidad.
Se lo llevan a Cristo Jesús, le piden que le imponga las manos para que lo cure, porque así dice la Escritura, de Cristo Jesús salió una fuerza curativa que sanaba a todos ellos.
De alguna manera estén seguros porque Cristo va a hacer algo, poniéndolo frente a Él, y Cristo el Señor lo aparta.
A él le gusta la intimidad, le gusta mirarnos a los ojos y a la cara, nos conoce muy bien, pero también es don suyo que nosotros le conozcamos, que nosotros nos acerquemos con toda confianza. Y entonces dice la Escritura que le toca al oído o la escucha y le toca a la lengua, el hablar y le dice ábrete.
Pienso que la enseñanza de Cristo Jesús para el discipulado, de aquellos que le siguen, es primero, antes de hablar, hay que escuchar y escuchar sobre todo al Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad.
Dice desde el Antiguo Testamento: “Habla Señor, que tu siervo escucha”. La iniciativa de diálogo con Dios, que llamamos oración en plegaria, nos surge de nosotros. Él es, dice el Apocalipsis, el que está llamado a la puerta. Así dice: “Mira que estoy llamado a la puerta, el que me abra, entraré con él y cenaremos juntos, él conmigo y yo con él”. Él es el de la iniciativa. Hay que escucharlos, porque si hablamos sin escucharlo, puede que digamos palabras ofensivas, algún disparate o algo que no debemos decir.
Por eso, la actitud no solo hacia Dios, sino hasta los demás, hacia los demás, es un llamado de atención a dos todos. A nosotros los sacerdotes, que escuchemos al pueblo, a los padres de familia, que escuchen a los hijos y se escuchen entre sí. Si no hay escucha de respeto, si no hay apertura, si no abren el oído, es difícil que haya un diálogo y que haya una compresión y compasión.
Y también que escuchen a los hijos, y los hijos a los padres. Solo en el diálogo respetuoso y maduro, sensato, podemos avanzar. Cristo los sana. ¿Cómo nos puede sanar a nosotros? Del escuchar y también del hablar. Qué él toque el corazón para que se abra y podamos ser más compresivos y compasivos.
Al final hay una frase muy importante: “la gente dice que bien lo hace todo”. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Que bien lo hace todo. Dios siempre hace las cosas bien. Desde el libro del Génesis vio Dios que lo que había hecho era muy bueno, que estaba bien hecho, y Dios te ha hecho a ti y a mi, bien hechos, el corazón semejante al suyo. Por eso, dice Pablo “tengan los mismos sentimientos de Cristo, que escuchemos la voz de Dios y que hablemos con propiedad hacia Dios y hacia los hermanos.
Muchas gracias. Dios les bendiga
